Abr 18, 2024

Muere Olivia de Havilland, leyenda del Hollywood clásico, a los 104 años

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MADRID, ESPAÑA. — Con la distancia, todos las ruindades se vuelven graciosas. Olivia de Havilland debió de ser un personaje terrible, pero la distancia con todo llegó a ser tan grande (104 años de vida), que se convirtió en una presencia tierna y cómica, más bien venerable.

Desde que murió Kirk Douglas, en febrero pasado, De Havilland era la última superviviente de la era clásica de Hollywood, así que, ¿cómo no verla con admiración? Este domingo la actriz murió en Francia, en lo que los teletipos definen como su mansión parisina.

Las aventuras de Robín de los bosques (1938), Camino de Santa Fe (1940), Canción de cuna para un cadáver (1964), La vida íntima de Julia Norris (1946), La heredera (1949) (las dos últimas, ganadoras de un Oscar) y Lo que el viento se llevó están en su legado.

La relevancia de De Havilland se puede contar desde dos ángulos: a través de su trabajo como actriz o a través de los recovecos de su biografía y las oscuridades de su alma, expresada en su relación con su hermana Joan Fontaine. La tentación, obviamente, es contar su vida.

Los padres de Olivia y Joan fueron Walter y Lilian de Havilland. Él era un abogado inglés, un chico bien empleado en Asia, y ella, una aspirante a cantante de ópera que había ascendido socialmente a través del matrimonio.

Se establecieron en Tokio y llevaron la alegre vida de los expatriados hasta que Walter se aficionó a los refinamientos de la prostitución japonesa. Aún así, nació Olivia, bonita y luminosa, el consuelo de su madre.Y después nació Joan, grisácea y enfermiza. La preferencias estuvieron muy claras desde el principio.

Cuando el matrimonio se separó, Lilian se llevó a las niñas a vivir a California, a los suburbios de San Francisco. Sacó adelante su casa con trabajo y orgullo pero siguió siendo una madre errática: a Joan la trató con hastío. En cambio, a Olivia le transmitió un instinto competitivo escalofriante.

Olivia era la chica guapa y estudiosa que siempre conseguía (y necesitaba) estar en el centro de todo, mientras que Joan era la hermana pequeña, más bien siniestra, que sabotea su prestigio. Luego, en casa, la luminosa Olivia hacía alianza con su madre y humillaban a su Joan con deleite.

Olivia también era autónoma y trabajadora. Se independizó pronto porque chocaba con el marido de su madre y llegó a Hollywood porque alguien se fijó en ella en una representación colegial de Shakespeare. Pronto se ganó una prudente buena fama. Era guapa y transmitía un matiz patricio y británico a sus personajes que funcionaba bien.

Las escasas buenas críticas de su primera película, una adaptación de Sueño de una noche de verano, de Max Reinhardt, se refirieron a su trabajo. Después siguieron dos comedias ni buenas ni malas (en una de ellas, el protagonista era James Cagney), en la que De Havilland interpretó papeles rutinarios de chica guapa y dulce, un poco insustancial, que enamoraba a los galanes. No fueron grandes pasos adelante, pero la actriz pudo establecerse en Hollywood y llevarse a su madre a vivir a su casa.

Mientras, Joan se fue a Tokio para vivir con su padre pero volvió pronto y enfadada, motivo por el que el biógrafo de la familia, Charles Higham apunta la posibilidad de un acoso incestuoso (al parecer, cuando sus hijas ya eran estrellas, Walter quiso chantajearlas con un relato sobre un supuesto romance). Sin saber muy bien qué hacer, Joan empezó a actuar.

Eligió el apellido de su padrastro y, después de algunos tanteos, tuvo la suerte de caer en manos de Alfred Hitchcock, que vio en ella la presencia gótica que necesitaba para Rebeca. la carrera de Joan despegó más tarde pero con más velocidad. Nacía así la rivalidad más brutal de la historia del cine.

Joan fue a una audición para trabajar en Lo que el viento se llevó. Pensaba que podría ser Scarlett, pero sólo le ofrecieron hacer de Melanie, la cuñada ingenua. Decepcionada, dijo que para eso mejor llamaran a Olivia. Llamaron a Olivia y Olivia se ganó el papel y recuperó la delantera. Hay que reconocerle los méritos: al principio de la película, cada plano de De Havilland expresa un arrobo y una inocencia maravillosas. A medida que la película avanzaba, el personaje iba adquiriendo dureza y dignidad.

Besos apasionados y diálogos torpes

Se emparejó con Errol Flyn (también escandalosamente biografiado por Charles Higham) y con juntos hicieron un Robin de los bosques que fue el molde de todos los Robin Hoods. Si la escena del beso en el balcón es la que debe medir su atractivo, ¿qué decir? El diálogo del cortejo es encantador y bastante moderno, con el pícaro y la chica lista que sabe bien lo que quiere intercambiando roles. Luego, el beso en sí tenía ese punto un poco acartonado, al estilo de las películas de la época. En la vida real, la relación entre De Haviland y Flynn debió de ser justo lo contrario: besos apasionados y diálogos torpes.

Joan, mientras, hizo, además de Rebecca, Sospecha, también con Hitchcock, y trabajó con Orson Welles (Jane Eyre), con Fritz Lang (Más allá de la duda), con Anthony Mann (Dos pasiones y un amor) y con George Cuckor (Mujeres). Probablemente, su carrera tenga mejores películas, pero los años 40 también fueron gloriosos para su hermana. En 1941 fue candidata al Oscar y favorita por su papel en Si no amaneciera. Joan Fontaine era una de sus rivales por Sospecha pero ni siquiera quería ir a la ceremonia para no tener que felicitar a su hermana.Cuando anunciaron el nombre de Joan, se quedó paralizada de miedo por la furia de Olivia.

Hubo ocasión para el desquite. De Havilland ganó el Oscar a la mejor actriz con La vida íntima de Julia Norris (1947) y con La heredera, quizá su película más importante. William Wyler y Montgomery Clift acompañaron a De Havilland en una adaptación de una novela de Henry James muy saturada de culpas y tensiones psicológicas. Olivia, ya en su momento de plenitud, estaba oscura y penetrante, daba un poco de miedo.

La última batalla

Una nueva década esperaba. De Havilland dio por esa época un paso casi heroico: se enfrentó a la compañía de la que era empleada, la Warner, y se ganó en los tribunales su derecho a ir por libre. Como ocurre a menudo, la pionera ganó ese derecho para que fueran otros los que disfrutaran de él. Para 1952, la carrera de De Havilland ya languidecía. Se trasladó a Francia y se convirtió en un monumento a sí misma en vida.

La rivalidad con Joan Fontaine escribió algunos capítulos más. ¿Cómo juzgar su enemistad? Olivia fue, en síntesis, la agresora y Joan, la víctima, pero Joan también fue una de esas buenas personas que hacen cosas espantosas. Adoptó a una niña peruana y, cuando su adolescencia empezó a ser irritante, preguntó si podía devolverla. Olivia, en cambio, ha sido una de esas personas imposibles con las que es fácil reír y enternecerse. Escribió unas memorias libertinas inconcebibles para alguien de su relevancia. Se quedó sin blanca y consiguió que Joan la rescatara. Y ganó la última batalla: sobrevivió a su hermana.

(PUBLICADO EL 26/07/2020)

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