NOTAS SUELTAS. Pueblo invisible, pueblo biombo

contaminación del rio sonora_
“Somos, o no somos” (pregunta existencial).
El pueblo de Sonora ha alcanzado un nuevo hito en su historia de invisibilidad posrevolucionaria, una nueva marca de no existencia que nos coloca en el plano de la zombificación democrática y transformadora.
Sucede que existen planes en marcha a punta de millonarias inversiones en infraestructura hidráulica, energética, portuaria y demás que saben a triunfo anticipado en la carrera por la modernidad y el combate al carbono.
Con plena conciencia ambiental se proyectan grandes parques solares donde la siembra de paneles suple cualquier otro cultivo, lo que parece no impactar en las rutas, hábitos y vida de la fauna regional, ni en la expectativa de saneamiento y disposición de chatarra cuando de manera natural o accidental las estructuras dejen de funcionar y agoten su vida útil.
Sin embargo, la vocación agrícola de las tierras pudiera honrarse mediante innovación tecnológica que ofrezca el aprovechamiento cabal del suelo y el agua, de cara a mercados reales y potenciales regionales, nacionales y quizá internacionales. También pudiera planearse la instalación de parques solares en porciones de terreno que no afecten la biodiversidad y la forma de vida de los pobladores.
Los costos de la modernidad, de la puesta al día y de la vanguardia regional quizá valen, o no, la acumulación de desechos tóxicos en el proceso de obtener energía limpia, lo que amerita serias valoraciones técnicas, logísticas, financieras y ambientales. Como que vale la pena contar con un estudio y plan alternativo de disposición de chatarra energética que enfrente los riesgos de contaminación ambiental y desertificación del terreno.
Si dejamos de lado estas consideraciones, pudiéramos centrar la atención en otro aspecto, como el papel de Sonora y México en las líneas de inversión estratégicas de nuestro vecino del norte. ¿Somos patio de maniobras logístico de los gringos? ¿Debemos ver con fundada reserva la modernización portuaria y la instalación de una planta de licuefacción de gas texano en las costas de Sonora para exportar a Asia?
¿Somos rehenes de empresas como Grupo México? ¿El gobierno es cómplice, palero y facilitador de la expansión minera tóxica e impune? La experiencia de la contaminación del río Sonora y Bacanuchi hablan en forma elocuente sobre el particular.
Los pobladores ribereños, incluido Hermosillo, han sido los resignados receptores de generosas dosis de atole suministrado por autoridades locales y federales, sin prisas, pero sin pausas desde hace 11 años.
Han venido a “supervisar” remediaciones fallidas, clínicas inoperantes y vertido una cantidad navegable de saliva en forma de promesas de cura y justicia para el río Sonora que ya suena como el cuento de los elefantes pendientes de la tela de una araña.
El caso es que ahora tenemos un megaproyecto donde resuenan las fanfarrias, el bombo y el platillo con tonos transformadores: el plan hídrico que cambiará la faz estatal, que implica tres presas que contendrán el agua de la que carece el río Sonora.
Los pobladores ribereños señalan que los impactos de la construcción de la presa El Molinito dejó sin agua a los pueblos río abajo, por la simple y lógica razón de que la obra sirvió de tapón a los escurrimientos y a la alimentación de los mantos acuíferos.
El problema es que la administración del agua sirve de telón de fondo del acaparamiento y las concesiones a modo, donde entidades privadas como Grupo México se atasca viendo que hay lodo, convirtiéndose gracias al gobierno en un acaparador del recurso y una verdadera patada en el trasero del productor rural.
El desequilibrio entre la flaca economía rural y la gordura extractiva, generan e incuban inconformidades sociales y políticas que terminan nublando el panorama social de la región. Tenemos peces gordos frente a sardinas y charales disputando el estaque que construyó el estado “para beneficio del pueblo”.
El Plan Hidráulico huele a lo mismo que las megaobras en una región donde hay un polo dominante de usuarios y una periferia que sobrevive a duras penas.
Básicamente, el pueblo a la hora de protestar es invisible y sus razones se evaporan en el desierto de la consideración pública, pero sirve de biombo argumental al declarar las maravillas de la obra, lo cuantioso de la inversión y los beneficios que tendrá la gente que sin protestar se ve más bonita. El biombo retórico oculta al pueblo que se retuerce y sólo permite ver la cara amable del poder que dispone y concede.
La denuncia y el reclamo ciudadano se convierten en “rumores”, la fatiga y el hartazgo chocan contra el ninguneo sistemático del funcionario, del gobernante que es legalmente mandatario y no mandante. Los pueblos ribereños de Sonora lo están teniendo muy claro.
En este mundo al revés, los patos les tiran a las escopetas, los gobernantes “ayudan” al pueblo que los eligió y les dio el mandato de honrar la constitución y servir al pueblo. Este enrevesamiento define cuán atrasados estamos al reproducir los modos cortesanos, a satisfacer la necesidad de adorar a ídolos de barro que el mismo pueblo fabricó y puso en el altar político estatal y nacional.
Parece que estamos reproduciendo la máxima del despotismo ilustrado del siglo XVIII: “todo con el pueblo, pero sin el pueblo”. Aquí el pueblo es el centro de los discursos, pero sólo sirve para aplaudir al poder, porque protestar y señalar es un pecado político mortal. En cualquier caso, la solución es que cada cual cumpla con su deber legal, cívico y político, y que, sin mamadas, honre su compromiso con el pueblo soberano.
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Fecha de publicación sábado 13 de septiembre de 2025